De correctores y diccionarios

Por Myriam Zawoznik*

 

Los diccionarios siempre han sido para los correctores, en tanto navegantes de la lengua, un faro ineludible. A ellos recurrimos cuando necesitamos saber si la ortografía de cierta palabra es correcta, si su significado es el que el autor le quiso dar, si ha sido introducida en la oración correctamente, etcétera. Para auxiliarnos en esta tarea, contamos, en términos generales, con dos clases principales de diccionarios: los normativos o prescriptivos y los descriptivos o de uso.

Hace algunos días, di por casualidad con el Diccionario Latinoamericano de la Lengua Española, DILE, definido como un diccionario de uso. Su título me despertó una gran expectativa. El DILE es un proyecto del Observatorio de Glotopolíticas y del Programa Latinoamericano de Estudios Contemporáneos y Comparados, puesto en marcha por la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Este es un diccionario-foro que, a diferencia de los diccionarios convencionales, se nutre de los aportes de los usuarios de la lengua, quienes proponen las entradas y sus correspondientes definiciones, y, a su vez, quienes pueden votar a favor o en contra de ellas. Esta idea disruptiva se condensa en el lema con el que se presenta: “Definamos nuestro mundo. Definamos las palabras de nuestro mundo”.

Para ingresar un término, se deben seguir las pautas especificadas en la pestaña MODO DE USO. Entre otros puntos, se aclara allí que “no se aceptarán, en ningún caso, definiciones injuriantes o que violenten la sensibilidad de grupos étnicos, géneros, clases sociales o adhesiones políticas”, pero se consigna el siguiente ejemplo de uso del término “boliguayo”: Estos boliguayos de mierda nos quitan el trabajo.

Además del campo del DICCIONARIO propiamente dicho y de aquel que explica cómo ingresar un término, existen otros. Uno de ellos se denomina LAS MAS (sic) VOTADAS, que reúne las palabras que han recibido mayor número de pulgares hacia arriba o hacia abajo. Menciono las primeras 10 (entre paréntesis, los votos totales): “paja” (157), “chino” (126), “garca” (102), “aparato” (100), “ésta” (87), “quetejedi” (86), “tetas” (74), “forro” (73), “zarpar” (70), “manzana” (68). Como no es necesario consignar por qué se vota a favor o en contra, queda en el plano de la conjetura la causa del agrado o del desagrado que despertaron estas palabras y sus definiciones. Esos 10 términos, al igual que 27 de los 30 incluidos en la letra L (elegida al azar), se declararon como de uso en la Argentina (AR). Me pregunto si no le queda un poco grande a este diccionario, pues, el adjetivo “latinoamericano”.

¿Sabían que la palabra “manzana” [AR. espon. humor. sat. juv.[1]] denota algo que es obvio? Reproduzco el ejemplo dado: El perro tiene cuatro patas. No, manzana. Puede que yo tenga poca calle, pero dudaría bastante en darle “luz verde” a este uso en un texto cuya corrección me encargaran. Me pregunto qué tan asentado está… La definición común de “manzana” no está en este diccionario, pero sí está la de “careta”, vocablo que ocupa el quinto puesto del ranking de PALABRAS CON MAS (sic) DEFINICIONES. Las otras tres definiciones de “careta” expresan casi lo mismo (aludiendo al valor de ‘hipócrita’ o ‘simulador’), y los ejemplos que se proponen me caen simpáticos, pero dudo de que un colega ecuatoriano, por poner por caso, pueda entender: El muy careta largó el tetra por el Rutini. La definición estándar de “careta” dice: AR. tec. aca. fam. Mascara (sic). ¿Por qué esta cuarta definición limita el uso del término a la Argentina, cuando en otros países latinoamericanos, “careta” significa lo mismo que aquí? La respuesta está en un fragmento incluido en la pestaña MODO DE USO: “Los administradores de la página en ningún caso editarán las palabras o las definiciones”. Me sorprende que la definición llana de “careta” tenga solo 4 pulgares hacia arriba, mientras que las otras tres suman 54. ¿Los significados llanos aburren a los cibernautas?

Me parece que más que un diccionario de uso —tipo textual que requiere sistematicidad y supervisión especializada—, el DILE puede considerarse un pequeño repertorio cibersociolingüístico que ha reunido hasta hoy un compilado de neologismos y de palabras (o expresiones) conocidas que se emplean en la oralidad con nuevas connotaciones, las que conforman una suerte de slang representativo de una acotada franja etaria y geográfica. En mi opinión, aunque los diccionarios de uso no tienen una intención normativista, deben estar supervisados por lexicógrafos y deben ofrecer, además, algún tipo de enseñanza, guía u orientación. Claro está, colegas, que pueden visitarlo y elaborar sus propias conclusiones.

 

*La autora es correctora literaria egresada del Instituto Superior de Letras Eduardo Mallea y docente e investigadora en la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA. Corrige, entre otros materiales, la Revista Argentina de Microbiología y la Revista Argentina de Cardiología.

[1] Pese a su carácter no convencional, sería interesante que el DILE incluyera un listado de las abreviaturas que aparecen a continuación de los términos, ya que aluden a la valoración social y el registro asignados por quienes los ingresaron.

 

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